Severus & Lily pt. 3
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Severus & Lily pt. 3
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Aquella noche Severus no pudo dormir. Después del pequeño encontronazo con Lily no la había vuelto a ver, ya que él había decidido no asistir a la cena y no había podido volver a verla. Estaba a oscuras, tumbado boca arriba en su cama con dosel verde, con la única compañía de la respiración lenta, prolongada y fuerte de Orlando Withmore, que dormía en la cama de enfrente. Suspiró.
Severus solía exagerar las cosas. Su parte racional afirmaba que aquella tontería no era el fin de su amistad con Lily, pero su parte emocional no paraba de insistir en que ella nunca le había hablado así, ni siquiera cuando estaba agobiada con Aritmancia, que era incluso más complicada que Runas Antiguas, y éste tenía la estúpida manía de hacerle más caso a su parte racional. ¿Por qué se había puesto así con él?
Comenzó a recordar la primera vez que la vio en el parque, con su hermana. Estaba haciendo magia sin saber que la estaba haciendo, y siempre había creído que la mejor decisión de su vida había sido acercarse a ella y decirle lo que realmente hacía, porque de otra manera nunca se habrían conocido. Los alumnos de Gryffindor y Slytherin no se llevaban bien, lo sabía desde que entró por primera vez en el Gran Comedor y vio las dos mesas completamente alejadas la una de la otra, y los abucheos de los Slytherin cada vez que un alumno iba a Gryffindor. Lo que peor le supo fue cuando abuchearon a Lily Evans al dirigirse a la mesa de Gryffindor, pero sin duda lo que más le dolió fue el hecho de que estuviesen en casas distintas.
Severus siempre había querido entrar en Slytherin, pero habría sacrificado el estar en aquella casa con tal de poder compartir sala común con Lily. Aquella niña de nueve años con el pelo naranja y los ojos de un verde eléctrico apasionantes, que cuando le vio aparecer no se apartó asqueada por su ropa o su apariencia, sino que le sonrió y se interesó por lo que él le tenía que contar acerca de Hogwarts.
Recordaba la primera vez que la vio sonreír, con los pequeños hoyuelos infantiles que le salían cada vez que agradaba la sonrisa, y también el hecho de que sus ojos sonriesen acordes. Recordaba todas y cada una de las conversaciones absurdas que habían mantenido en aquellos seis años juntos, todas las risas por motivos estúpidos, y cada vez que ella se burlaba de él por dormirse en Pociones. Y ahora tendría que sumar el amargo recuerdo de la frialdad con la que le había tratado al montón de recuerdos agradables que guardaba sobre ellos dos.
Entonces fue cuando se dio cuenta, sin lugar a dudas, de la situación.
Sabía que sentía algo por ella. Le gustaba pensar que sentía ese algo desde que la vio por primera vez, en el parque, porque fue la primera niña que le sonrió (de hecho, recordaba que su hermana Petunia, sentada en uno de los columpios, le miró de arriba abajo con desaprobación). Lo sabía porque cada vez que pensaba en ella le inundaba una sensación extraña e irreconocible por muchos, y porque siempre sentía una especie de ansiedad cuando intentaba buscarla y no conseguía encontrarla. Y siempre que le miraba, aunque fuese con reproche, Severus no podía evitar sonreír, porque sabía que estaba pensando en él. En la comisura de sus labios comenzó a aparecer una sonrisa de satisfacción, y consiguió dormirse pensando que al día siguiente hablaría seriamente con ella. Tenía que contárselo, tenía que decirle que, por primera, y seguramente única, vez en su vida sabía lo que tantos absurdos libros como Romeo y Julieta intentaban explicar: lo que era el amor.
Aquella noche Severus no pudo dormir. Después del pequeño encontronazo con Lily no la había vuelto a ver, ya que él había decidido no asistir a la cena y no había podido volver a verla. Estaba a oscuras, tumbado boca arriba en su cama con dosel verde, con la única compañía de la respiración lenta, prolongada y fuerte de Orlando Withmore, que dormía en la cama de enfrente. Suspiró.
Severus solía exagerar las cosas. Su parte racional afirmaba que aquella tontería no era el fin de su amistad con Lily, pero su parte emocional no paraba de insistir en que ella nunca le había hablado así, ni siquiera cuando estaba agobiada con Aritmancia, que era incluso más complicada que Runas Antiguas, y éste tenía la estúpida manía de hacerle más caso a su parte racional. ¿Por qué se había puesto así con él?
Comenzó a recordar la primera vez que la vio en el parque, con su hermana. Estaba haciendo magia sin saber que la estaba haciendo, y siempre había creído que la mejor decisión de su vida había sido acercarse a ella y decirle lo que realmente hacía, porque de otra manera nunca se habrían conocido. Los alumnos de Gryffindor y Slytherin no se llevaban bien, lo sabía desde que entró por primera vez en el Gran Comedor y vio las dos mesas completamente alejadas la una de la otra, y los abucheos de los Slytherin cada vez que un alumno iba a Gryffindor. Lo que peor le supo fue cuando abuchearon a Lily Evans al dirigirse a la mesa de Gryffindor, pero sin duda lo que más le dolió fue el hecho de que estuviesen en casas distintas.
Severus siempre había querido entrar en Slytherin, pero habría sacrificado el estar en aquella casa con tal de poder compartir sala común con Lily. Aquella niña de nueve años con el pelo naranja y los ojos de un verde eléctrico apasionantes, que cuando le vio aparecer no se apartó asqueada por su ropa o su apariencia, sino que le sonrió y se interesó por lo que él le tenía que contar acerca de Hogwarts.
Recordaba la primera vez que la vio sonreír, con los pequeños hoyuelos infantiles que le salían cada vez que agradaba la sonrisa, y también el hecho de que sus ojos sonriesen acordes. Recordaba todas y cada una de las conversaciones absurdas que habían mantenido en aquellos seis años juntos, todas las risas por motivos estúpidos, y cada vez que ella se burlaba de él por dormirse en Pociones. Y ahora tendría que sumar el amargo recuerdo de la frialdad con la que le había tratado al montón de recuerdos agradables que guardaba sobre ellos dos.
Entonces fue cuando se dio cuenta, sin lugar a dudas, de la situación.
Sabía que sentía algo por ella. Le gustaba pensar que sentía ese algo desde que la vio por primera vez, en el parque, porque fue la primera niña que le sonrió (de hecho, recordaba que su hermana Petunia, sentada en uno de los columpios, le miró de arriba abajo con desaprobación). Lo sabía porque cada vez que pensaba en ella le inundaba una sensación extraña e irreconocible por muchos, y porque siempre sentía una especie de ansiedad cuando intentaba buscarla y no conseguía encontrarla. Y siempre que le miraba, aunque fuese con reproche, Severus no podía evitar sonreír, porque sabía que estaba pensando en él. En la comisura de sus labios comenzó a aparecer una sonrisa de satisfacción, y consiguió dormirse pensando que al día siguiente hablaría seriamente con ella. Tenía que contárselo, tenía que decirle que, por primera, y seguramente única, vez en su vida sabía lo que tantos absurdos libros como Romeo y Julieta intentaban explicar: lo que era el amor.
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Localización : Fábrica de Chocolate Willy Wonka.
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